domingo, 19 de marzo de 2017

Relatos bestiales

Momentos antes
Por: Sebastian E. Luna



Jamás pensó que un perro sería la única criatura de la creación que
soportaría su compañía. Cabila mientras la gran zarpa rematada en oscuras y
pétreas garras, acaricia la cabeza del sabueso. El fuego crepita en el salón de la
biblioteca; innecesario porque su vello corporal y los restos de ropajes raidos le
abrigan lo suficiente. Pero es el sonido de las volutas estallando en el aire y, recoger
las maderas secas del bosque cada mañana, lo que le mantiene cuerdo. Intenta
llevarse a la boca la copa de fino cristal que contiene la misma dosis de licor que
solía beber antaño, junto a la compañía de un libro en su regazo y de algunos de sus
criados charlando entre ellos. Pero el objeto es demasiado pequeño para el tamaño
de sus dedos y se escurre entre estos. Cae al suelo y su oído amplificado por el
sortilegio, capta la rotura resquebrajando sus tímpanos. Las pocas gotas de licor
que ha conseguido capturar en la boca se resbalan entre los afilados dientes.
Entonces se levanta, y el sabueso, resabido en lo que va a suceder, huye por la
puerta de la biblioteca. Bestia grita, y el gutural sonido hace temblar los muros del
castillo. Lumiere, que todavía no se había acostado, corre a refugiarse en su cuarto.
La señora Potts se cubre con las mantas y atrae hacia sí el cuerpo del pequeño Chip,
que tiembla por el pánico. Los golpes se suceden unos tras otros y por todas partes
retumba el sonido de su voz, a medias humana y a medias otra cosa. Cuando bestia
se recupera del ataque de ira, se observa en el único espejo que sobrevive en el
castillo. Un escalofrío arranca en sus vísceras y le recorre la espalda. Cierra el puño y
se dispone a destrozar aquella imagen que se ha apoderado de él, pero antes de
asestar el fatal golpe, la luna cornuda asoma en el horizonte y puede verla reflejada
en el espejo. Se gira sobre sus pezuñas y de un poderoso salto se cuela por la
abertura de la ventana. Fuera el aire es gélido y la nieve quiebra las ramas débiles de
los árboles. Se agarra a los pies de una gárgola y como si no existiera verticalidad
alcanza el tejado del castillo. Allí, entre las torres de las chimeneas y las pizarras
quebradas por el peso de sus pies, hay restos de carne y huesos. El último cervatillo
que cazó, a pesar de ser del doble de tamaño que el anterior, le duró la mitad de
tiempo. El ansia, como él llama a ese deseo incontrolable por unirse a otras bestias
de caza, cada vez es más difícil de controlar. Hacía décadas, puede incluso que
siglos, desde que la bruja había derramado sobre él su oscura magia. En los
primeros tiempos su humanidad todavía templaba sus instintos. Pero en los últimos
años, conforme la rosa perdía sus pétalos, la agresividad le sacudía con mayores
fuerzas. Sentía que estaba a punto de perder el control, puede incluso que no
hiciera falta que tuviera que caer el último pétalo, para que se perdiera para siempre
su oportunidad de seguir perteneciendo al mundo en el que nació.


Las nubes se disipan dejando a la luna más esplendida, si cabe, de como la
había visto en el espejo. La figura blanca sobre el oscuro cielo le llama, como a sus
otros hijos, a la caza. Salta del tejado del castillo y cae al suelo como un meteorito.


La nieve estalla en todas direcciones, salpicando los ventanales exteriores del salón.
Dentro, algunas figuras indistinguibles en la oscuridad, se santiguan. Su cuerpo
vuela entre los árboles, sus pezuñas se clavan en la nieve y pronto se une a los lobos
que persiguen en manada a una mísera liebre. Pero un aroma confunde su instinto y
abandona la carrera dejando que sean ellos los que esta vez cobren la presa.
Olisquea el aire. Huele algo pero no sabe qué es, aunque creé reconocer un aroma
olvidado hace mucho tiempo. Una esencia que no ha vuelto a perturbar su nariz
desde los días de la hechicera. Afina el oído, levantando sus orejas en todas las
direcciones posibles que permiten los peludos cartílagos, y está seguro: lo ha oído.
Caballos y las ruedas de un carro, y dentro de él ese aroma que apacigua su alma y
es capaz de doblegar el ansia. Por primera vez siente frío en medio del bosque
inmenso. El carro se acerca en su dirección y para no ser descubierto con la boca
aún babeante, corre de nuevo a refugiarse en su castillo. Cierra la pesada puerta y
grita órdenes al aire para que nadie se atreva a prestar ayuda a los que puedan
solicitarla.


— ¡Que el castillo parezca abandonado! —grita —. ¡Que nadie se atreva a
moverse!— ruje con rabia haciendo temblar hasta el metal de las armaduras que
adornan ambos lados de la entrada. La construcción queda en el más absoluto
silencio, y su oído capta sus ligeros pasos. Es un pie pequeño, delicado, cuya huella
apenas se adentra en la nieve. El aroma está ahí mismo. Justo del otro lado de la
puerta. Sus nudillos gráciles tocan con paciencia la madera. Al no contestar nadie, se
atreve a abrir. Un ángulo de luz lunar penetra en la estancia y parte en dos la
oscuridad. Bestia observa al final de la sala. Escondido entre objetos viejos
polvorientos. La dama entra en su castillo, se quita la capucha que la protegía del
frío y descubre su rostro blanco, marmoleado en bellos rasgos. Una luz salida de
ninguna parte parece alumbrarla. Es esplendida, es bella, y de pronto, sabe a qué
huele la chica. Es el olor de su rosa. El mismo aroma del objeto dueño de su destino.
Quiere asustarla pero no puede. Entonces se retrae en las sombras y huye a la
profundidad de su reino. Su corazón sonríe; más sabio que él, sabe quién es la
mujer.
http://sebastianelunafict.wixsite.com/author 
https://www.facebook.com/SebastianE.LunaFictionAuthor/ 

2 comentarios: